martes, 1 de septiembre de 2015

Y SI TAMPOCO SUIZA ES SEGURA


Impresiones de mi vida en Suiza tengo a montones, más de una por día seguro, y podría decir que la mayoría son positivas. Sus legendarios sentidos del orden y de la rectitud, la honestidad, tolerancia y educación con que conviven sus gentes siguen sorprendiéndome tras dos años de medio vivir aquí y muchos más de visitas esporádicas. Hoy sin embargo, escribiendo abordo del avión que me lleva a mi otra casa, la de Mallorca, medito en voz alta sobre un detalle, bueno, en realidad son dos, que acabo de vivir en el aeropuerto de Zürich y que competen y contradicen otro de los estereotipos tan identificados al pueblo suizo como las castañuelas al nuestro, la seguridad.
Intentaré describir el escenario para situar a quienes no conocen el aeropuerto, que en realidad, y por extraño que nos parezca, es para los ciudadanos mucho más que un punto de partida o de bienvenida como suele ser habitual en los de nuestro país, con viajeros que pululan de un lado a otro buscando las puertas de embarque de sus vuelos o la recogida del equipaje. El lugar es un gigantesco centro comercial tanto dentro como fuera de sus zonas de embarque, y no exagero. Me cuenta mi maestro de vida y casi Buda, que esa actividad genera más dividendos que la propia gestión aeroportuaria. La oferta gastronómica es impresionante, con un área central en el edificio principal donde puedes encontrar lo que más te apetezca, presentado siempre con el buen estilo que también les caracteriza, excepción del desentonante Mac Donalds. Los veteranos y algo sibaritas elegimos la tranquilidad y vista de una isla gourmet, junto a una terraza descubierta a los cielos pero protegida de los vientos, con innovador diseño y decorada con olivos auténticos que nos transportan a nuestro Mediterráneo. Seguro que podríamos imitar este detalle por ejemplo en el aeropuerto de Palma y sacar rédito a las terrazas y espacios desaprovechados, para bien de la economía y de la imagen turística. Ya sé que me estoy desviando del tema, o quizás no tanto, pero no puedo dejar de contar que allí mismo hay un supermercado enorme, donde tanto si llegas como si vas o simplemente estás puedes hacer la compra cualquier día de la semana, y eso en una ciudad con restringidos horarios comerciales, que todos los comercios cierran máximo a las 19.00, y antes aún los sábados, que el domingo sigue siendo sagrado.
Bien comida y más que bien acompañada nos dirigimos a paso de lisiada al mostrador de facturación. Allí, una diligente empleada me ofrece un transporte especial por mi cojera más que evidente, que rechazo amablemente, y sin pedirme un solo documento de identificación recoge mi maleta y me abre el primer paso al embarque. Ayudada de mi muleta, que con imaginación de guionista de una peli de acción podría ocultar un arma, y pudiendo ser quien realmente no soy, sigo camino hacia el control de pasajeros. Me despido de mi amor y espero pacientemente una de las dos colas para pasar el arco detector de yo qué sé. Sopesó el número de personas que me preceden en una y otra, y me decanto por la más corta, a sabiendas de que la pareja de piel cetrina, ella con burka, igual equilibra o incluso retrasa la espera. Pero la curiosidad siempre me puede y quiero observar si le obligan a despojarse de su larguísima bata y del velo que cubre su rostro a excepción de los ojos. El acompañante se queda sin el perfume que posiblemente pensara regalar, envuelto aún en su celofán, y poco más. La mujer en cambio, y a diferencia de las que le preceden y también de las que le siguen, que deben quitarse la chaqueta, el sombrero de paja y las zapatillas de caña alta, pasa directamente a una cabina de seguridad, donde por experiencia te registran cuando algún detalle de tu indumentaria hizo saltar la alarma. Y no me puedo callar. Cuando amablemente la mujer securata, situada al otro lado del arco de seguridad, me ofrece sus brazos para avanzar a través de él, privada de la muleta por razones obvias y antes presupuestas, le digo lo mismo que suele decirme mi hijo Luca..., ¿Puedo hacerle una pregunta? Y como ella me anima a dar rienda suelta a mi curiosidad, insisto en saber si en esa especie de probador ha tenido que retirarse el burka o no, y me contesta que no, que han pasado por su cuerpo el detector tipo cepillo del pelo que muchos habréis visto ya, y no me resisto a contarle el modo de actuación de la seguridad aeroportuaria, en un país donde la mayoría de las mujeres visten sus chador y arrastran a sus hijos y maletas para pasar por un arco como ese reservado solo a las mujeres, India. Y todo ello mientras lo hombres no tienen uno sino cuatro arcos por los que pasar, incluyendo excepcionalmente a las mujeres europeas de las tripulaciones, que no a las indias. Bueno, en realidad no le he contado todo esto, otra injusticia y desprecio para con las mujeres, sino simple y llanamente que las autoridades de ese país presuponen que bajo sus ropas pueden ocultar de todo y de ahí el especial registro. La segurata suiza, que como buena parte de la gente con la que me empeño en hablar alemán resulta que habla español, me da la razón reconociendo que no ha viajado nunca tan lejos, y yo me quedo con mi copla, la que repite el estribillo de pobre mujer abducida, rebélate, que contigo puede comenzar la liberación de tu vecina, también oprimida.  Y tanto me cuesta aceptar su sumisión a cuenta de la religión, como que nuestra Europa acepte el oscurantismo que hay tras los disfraces, versus cadenas, de tantas mujeres, a sabiendas de que en buena parte de sus países de origen al resto no se nos permite o en el mejor de los casos nos cuestionan y miran mal por vestir como acostumbramos.
Y con este rollo existencial que me he marcado, y que espero no conlleve a malas interpretaciones, se me ha pasado la hora y media que dura el vuelo. Mallorca, ya a mis pies. Pero no, pues nos acaban de anunciar que la tormenta nos obliga a aterrizar en Menorca, dos horas de retraso. No somos nadie ;-)

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