miércoles, 23 de septiembre de 2015

FRAY JUNÍPERO SERRA, HÉROE O VILLANO

Desde que en el año 92 viajará por primera vez a California, en un viaje de introspección personal con la excusa del desarrollo profesional, quedé marcada por la huella que un insignificante hombre de iglesia, nacido en un humilde pueblo mallorquín, Petra, había dejado allí y lo poco o muy poco que se le conocía aquí, en España, y con mayor delito siquiera en su Isla mediterránea. Fray Junípero Serra, a quien esta tarde el Papa Francisco santificará en Washington, vivió más de la mitad de su vida gestionando misiones religiosas creadas por los jesuitas en la Baja California, y fundando más tarde, y por orden del rey CarlosIII, otras muchas en lo que conocemos como Alta California, que son el origen de ciudades maravillosas como San Diego, San Luis Obispo, Carmel, Los Ángeles o mi adorada San Francisco.
Pasaron los años y hace justamente ahora uno más, pues regresé a ese alejado mundo, esta vez con mis padres y persiguiendo el sueño infantil que mi madre había conservado toda su vida, visitar los lugares en los que su héroe, el Zorro, había salvado a tantas y tantas mujeres hermosas, combatido a tantos indeseables y defendido a religiosos, bajo los que pertrechaba su verdadera identidad. Y así, durante esos hermosos días en los que me convertí en orgullosa chofer de mis maravillosos padres, recorrimos en orden invertido a su creación, las misiones que Fray Junípero y otros monjes como él, uno de ellos también mallorquín, Joan Crespí, había creado, desde SF y hasta San Diego. Detalle importante que debo mencionar es que mi admiración por estos hombres no va unida a la religión en si, que si hubieran profesado otra no habrían tenido menor mérito. En esta ocasión tuve la oportunidad de reafirmarme en lo poco espabilados que somos los españoles, desaprovechando una oportunidad comercial de oro pero también una ración de orgullo nacional, que podíamos haber compartido con quienes le consideran el padre de California. A él, a su persona, le dedican calles, plazas, la única de un español que por cierto hay en el Capitolio, estaciones de metro, y su imagen está presente en cómics, puzzles, películas, esculturas a doquier y en todo tipo de objetos de merchandaising. 
En fin, todo esto para deciros que la persona de este hombre y el hecho histórico me persiguen desde hace años, o cómo si no explicar que un par de días después de nuestro regreso a Madrid me doy de bruces con la exposición que sobre cartografía norteamericana ofrecía la Biblioteca Nacional. Y allí mismo puede comprar el último ejemplar que les quedaba del diario de la expedición de Joan Crespí y deFray Junípero, y lo que es mejor, aprovechando mi suerte crucé la calle y justo enfrente, en el Paseo del Prado, encontré entre los puestos callejeros de libros 'viejos' varios ejemplares de esos libritos de aventuras que escribió José Mallorquí y que mi madre esperaba con devoción mensual. 
Desde entonces he leído no sólo esos relatos pormenorizados que he nombrado, también me atreví con el tercero de los que encabezaron desde México esas cuatro expediciones, dos por tierra y dos por mar, ordenadas por quien recibió en sus tiempos el apodo de mejor alcalde, el rey. Y mi sorpresa fue mayúscula al saber que el pilotín de uno de los barcos también era mallorquín pese a su apellido, Juan Pérez, quien no dejó testimonio escrito o al menos no fue encontrado. Como conclusión, y sin juzgar más que apenas unos meses claves de la colonización española, no pude encontrar ni un solo momento en los que ni unos ni otros perdieran los nervios ante algunos conatos de rebelión por parte de los que llamaban gentiles y que no eran otros que los dueños de esas tierras, los indios. Algún tiro al aire a modo de defensa ante un posible ataque, pues si, pero también palabras de ternura hacia algunos de ellos y un curioso trueque de abalorios para facilitar el diálogo y el recorrido hacia el objetivo, San Diego. Mi admiración por este hombre, que a pesar de la cojera que le provocó una picadura de no se que bicho en la pierna fue capaz de caminar y caminar durante varios meses junto a unos pocos soldados y religiosos sin apenas comida ni agua, logró tan histórica gesta.
Curioso fue mi encuentro el pasado fin de semana en Cas Concos, un pueblo mallorquín, con una mujer de origen canadiense, Natalie D., que al parecer defiende desde hace años a los indígenas norteamericanos, reivindicando sus derechos y el reconocimiento de su orquestado genocidio. Me habló de un movimiento multitudinario surgido en Estados Unidos, contrario a la canonización de fray Junípero que muy a su pesar tendrá lugar esta misma noche. Hoy nos encontraremos en Petra para asistir a la retransmisión en directo de ese acontecimiento histórico, y tendremos oportunidad de contrastar puntos de vista. Nada sucede por casualidad. 



1 comentario:

  1. Verídica y admirable historia desconocida por la mayoría de los españoles.

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