viernes, 26 de septiembre de 2014

América está en construcción

Capaces de levantar los más altos edificios que uno pueda imaginar, de maravillar al mundo con su originalidad, tecnología, inventos infinitos y demás vanaglorias y, sin embargo, por sus calles pululan sin brújula miles y miles de personas sin hogar, fantasmas maltrechos que parecen invisibles a los ojos del resto, una contradicción que para mi es un insulto a la humanidad. San Francisco, fascinante ciudad, no es una excepción, con fotos descaradas que evidencian mi denuncia y que podrían convertirse en libro para sacarle los colores al departamento de turismo, que el social ha debido agotar ya el pantone. En fin, que no quiero ser protagonista de la fotografía del cartel, en el que dice “el optimista ve el donut, el pesimista el agujero”. Para nada, reconozco que de poquito a poco los que con mucho son los más contaminantes del planeta comienzan a reciclar, a promover el uso de la bicicleta y eso es más que valorable, es una esperanza. Del tabaco no hablo, aunque me hace gracia este otro cartel, con instrucciones donde poder fumar, limitaciones que rayan en lo maniático o a mí me lo parece. Pero antes de pasar a la auto crítica, me gustaría resaltar la imagen de una familia oriental al completo, que en un domingo cualquiera celebra sus creencias repartiendo a los pobres del barrio una comida con elegancia más que ponderable, hermosa.
Pues bien, siguiendo el deseo de mi madre, en primera instancia, y de mi padre, feliz de viajar junto a ella a cualquier lado, recorrimos de norte a sur de California algunas de las 21 misiones que levantaron por estas tierras los franciscanos, dirigidos en su valiente aventura evangelizadora de los indios por el que para nosotros es un héroe español, mallorquín de Petra, cuya humilde casa familiar visitamos sin ir más lejos el pasado verano. Mientras que Fray Junípero Serra, que así se llamaba el buen hombre, es prácticamente desconocido por la mayoría de los españoles, espero que no tanto por los mallorquines, en cada una de esas ciudades que fundara en origen y bautizara con sus nombres, nada menos que el propio San Francisco, Los Angeles, San Diego, Santa Bárbara, Carmel y más, este personaje es reconocido con calles, estaciones de metro, esculturas, placas conmemorativas, tropecientos objetos de merchandaising, libros e historias infantiles. En cambio nosotros, ni reconocemos ni explotamos con inteligencia y visión de negocio tal suerte, que incluso se podía ligar con las abarcas o zapato menorquín que celebro descubrir frente al escaparate de una tienda en Los Angeles. Un puente que otros construyeron con tanto sacrificio y que nosotros ignoramos sin explicación.

En fin, hermosos los paisajes que disfrutamos en el recorrido por carretera número 1 de América en la que ha sido mi tercera vez, sin igual por la compañía de unos padres que son ejemplo de vitalidad, jóvenes de espíritu y buenos viajeros. Qué entusiasmo descubrir en el océano delfines, ballenas, focas y leones marinos en sus playas. Del café ni hablamos, con el color del río Hudson y el sin sabor de unos tristes granos de café. Pero ya sabemos que en todo lo bueno hay algo malo y viceversa, el hermoso cactus de la fotografía sería buen ejemplo, espinas y flores, con las que sin duda me quedo. Con él y sobre todo con esos amigos tan queridos que nos abrieron la puertas de sus casas, y su excelente compañía y fabulosa cocina, Jorge, en San Francisco, y casi hermano; Mirem, Andrew y su hijo Telmo en Los Angeles, disfrutando de su maravilloso tour por la ciudad y de la cena coreana bien casera y tan sabrosa. Y por supuesto, a mi querida prima Enriqueta, con la que compartí infancia y adolescencia, y a la que adoro, y su familia, Jorge y Sofía, que también viven en L.A. Ojalá pronto todos ellos puedan visitarnos y agasajarles como merecen.