viernes, 20 de diciembre de 2013

Y AL FINAL..., EL PRINCIPIO


Nada se destruye, todo se transforma... Y llegado a este punto del año, inconstante en mis escritos como en casi todo, decido abordar el tema del reciclaje, obligado aprendizaje cuando desembarcas en un país en el que si no lo haces alguien se puede chivar y van y te castigan, como a los niños.
Empezamos por el autoconvencimiento para la abducción suiza con frases del tipo, 'este mundo se va a la mierda si no somos consecuentes y seguimos produciendo y destruyendo al ritmo que llevamos'. Bien, lo primero es saber qué voy a reciclar, el cristal, por supuesto, el plástico, papel, las cápsulas del café, la ropa... Entonces busco una caja para guardarlo todo en casa y tirarlo todo de una vez. Primera sorpresa, el principal supermercado de Suiza, Migros, una cooperativa creada en sus inicios por un buen hombre que pretendía ofrecer buenos precios a los trabajadores, te ofrece la opción de reciclar en el mega aparcamiento de su nueva tienda de Zug. Eso facilita mucho el esfuerzo. Descubro también que en el centro de la ciudad, junto a la estación de tren, hay un lugar enorme donde aparcas cómodamente, sacas tus 'basuras' del coche y todo está tan bien explicado que te da la risa, luego os explico por qué. Antes, trasmitiros mi sorpresa cuando en el interior de esta nave descubro una tienda con objetos en muy buen estado, desde menaje a libros, bicis y muebles, donde un grupo de 'desempleados' se gana la vida vendiendo lo que otros ya no quieren. Lo de la risa viene porque para ser una buena 'recicladora' tengo que separar el cristal según su color, el papel del cartón, incluidos el envoltorio del yoghurt, que ya está troquelado para facilitar desenfundarlo; y lo mejor de lo mejor, el plástico, tema del cual aún no me he enterado cien por cien, pues echad cuenta de cuántos tipos de plástico envasan todo lo que tenemos en casa, una barbaridad de la cual quedan excluidos los tetrabricks, que todavía no sé bien dónde van.
La basura orgánica es otro cantar y un cubo aparte en casa y otro en la calle, ahí va todo lo que después será compost, humus y abono para los jardines de la ciudad, etc. Lo que más me fascina es saber que el aluminio de las latas se empleará para calentar la universidad. Total, que llenar la bolsa de basura normal, que cuesta unos 3 euros y tiene el nombre de la ciudad para evitar que otros municipios puedan venir aquí a tirarlas, por eso de que los impuestos son más bajos, se hace difícil y en ella tiras lo que no tiene catalogación. Y lo que más me repatea es que el basurero pueda mirar en tus bolsas, si es que encuentra papeles o sobres con tu nombre y dirección, entonces te envían una carta amable para que te enmiendes y a la siguiente que te descubran, una multa de no sé cuántos cientos de francos. Penalización también por tirar una colilla o una lata en la ciudad, cien francos, que te recuerdan constantemente unos carteles que parece como si tuvieran patas y te siguieran a cada paso. En fin, que no te queda otra que seguir las normas, que no sé si es obligado para que el ser humano sea cívico y ciudadano, lo que me produce pensamientos encontrados.
De poco serviría que la gente estuviera tan concienciada si después todos usáramos el coche. Excepto los muchos nuevo ricos que gastan rueda y combustible y lo hacen visible con sus coloridos y estruendosos coches, la mayoría usa las piernas, el transporte público, tan exacto en tiempos como lo es el ciclo de la luna, o la bicicleta, Una razón de peso es que el parking cuesta un ojo de la cara, así que mi forma física está mejorando por momentos.
Y como colofón a este post, deciros que pienso reciclar cada uno de los buenos momentos del año 2103 en muchos de los cuales estáis vosotros, para aprovecharlos en el que viene. El resto, los malos, directos al saco que abandonaré el último segundo del 2013 sin mirar atrás. ¡Feliz Navidad y un gran 2014, con salud y mucho amor!









lunes, 2 de diciembre de 2013

EL TERCER BESO

Donde fuere, haz lo que vieres, sabio consejo que pongo empeño en seguir, lo que no quita para que me cuestione para mis adentros y para mis amig@s algunas costumbres que no terminan de encajar en este día a día, una de ellas parecerá una tontería, de hecho no tiene mayor importancia, pero me resulta contradictorio a más no poder, es el tercer beso suizo, un gesto que se me resiste, y que suelen dárselo entre conocidos de al menos más de dos encuentros, amigos y familiares.

Será cuestión de tiempo, imagino, porque las amigas españolas de aquí se ve que lo tienen bien interiorizado. A ellas, como al resto, suelo dejarles regalando un beso al aire cuando sus labios no encuentran mi mejilla. Me recuerda a aquella vez que entrevisté a Julio Iglesias para televisión, nos despedimos al terminar la charla, primero un beso, y segundo, el ridículo de casi perder el equilibrio cuando me dejó sin apoyo de mejillas, girándose con arte torero en una maniobra mil veces puesta en práctica para evitar mostrar ante la cámara su antiestético perfil derecho. Pobre.

Me voy por peteneras, lo sé, pero sin que mis suizos favoritos se ofendan la verdad es que tres besos me parece un esfuerzo sobredimensionado para estas gentes de sangre tan fría, total, sólo chocan las caras, no hay afecto palpable o sentido que acompañe al saludo. Eso sí, son de lo más correcto, todo el mundo se saluda con un griutzsi , que así suena su campechano hola cuando se encuentran por la calle, en el campo, un restaurante o donde sea, y os prometo que de diez veces pronunciado por mí sólo quedo contenta de dos, cachis en la erre que parece una gárgara, lo que me resta la iniciativa de querer practicar el alemán, a sabiendas de que esa no es su lengua pero que se le parece más que el español o el inglés. 

Costumbres por otro lado encantadoras y nunca antes vistas son, por ejemplo, celebrar el nacimiento de un nuevo miembro en la familia perfilando y coloreando un animal o una flor en madera, escribiendo el nombre del pequeñ@ y la fecha de su llegada, para clavarlo con una estaca en el porche o jardín de la casa y que así todos los vecinos se den por enterados. 

Y ya en la línea de la exhibición también destacaría la del orgullo patrio, algo más comprensible aquí que Estados Unidos, por el hecho, me digo a mi misma, de que aquí están rodeados por los cuatro costados, nunca mejor dicho, por países de los que conocen su lengua porque también son las suyas. Gran parida la que me dijo hace un par de años una chica alemana con la que no crucé después más palabras al preguntarme de dónde era mi marido, “suizo”, le dije, a lo que ella contestó, “a bueno, una provincia alemana”. A mí no me cabe la confusión :-) porque si giro mi cabeza hacia la derecha veo una bandera suiza, lo mismo si miro a la izquierda, se ve en las marcas de un sinfín de cosas, hasta en los felpudos, los chocolates, las cazadoras, etc. La verdad es que cierta envidia si que me produce, primero porque esa cruz blanca sobre fondo rojo es un icono que queda bien en cualquier lado, es estética, y segundo, porque tengo la sensación de que si les diera la gana o la historia europea se pusiera de nuevo a fabricar un nuevo capítulo de enfrentamiento, que ojalá por supuesto que no, estos suizos serían altamente autosuficientes, se valen y se sobran, en parte gracias a los sobres que tantos de fuera les confían, pero también porque son admirablemente cívicos y tolerantes, además de trabajadores, eficientes y honrados, que no se trata como bien sabemos de parecerlo sino también de serlo. Ahora que un poco de alegría extra y sonrisa en la mirada les haría subir muchos más puntos, aunque no coticen en Bolsa.


 Esa soy yo ;-), con el lago de Zug al fondo
 Taberna española de Zurich, inaugurada en 1874

Y ella es una de las amigas españolas, quien me encargó de mi último viaje a España un cuchillo jamonero, que está introduciendo en Suiza nuestras delicatessen, desde embutidos a vinos, pasando por dulces, etc y olé.